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Enrique González Rojo

Nuevos consejos a mi pluma

Para Paco Ignacio Taibo II


Te quiero capaz de vislumbrar los pies de barro
del sistema y su compleja arquitectura de mentiras,
de salir a la intemperie, ferocidad al hombro,
a desfacer entuertos y enmendarle la plana a los rosales
que, pobrecitos, no saben redondear
sino solo criaturas monocordes.
Ven acá: te quiero capaz
de hacer que haya gatillos en tus frases,
gatillos que, orientados por la mira
del sapiente coraje,
sorprendan a pupilas y entusiasmen a tímpanos
con la deificación del ruido (en el estruendo)
que extraerá de las ruinas otro mundo
con las manchas de sangre
de lo recién nacido.
Escúchame cabrona: que si hablas de Zapata,
del Che Guevara, de Salvador Allende
o de tantos, tantísimos otros,
que levantaron en armas a sus muinas,
lo sepas hacer con las frases apropiadas,
justas, militantes, que seduzcan la atención
y le pongan hormigas al descuido,
con palabras inventadas desde hace siglos
sólo para cumplir su cometido actual
de develar artilugios
y realizar una histórica masacre
de máscaras, disfraces, fingimientos
con que forma el poder sus escondrijos.
Mi pluma, como dejas mucho que desear,
como eres iletrada, tímida, ingenua,
y bastante torpe para hablar en público;
como tienes, reconócelo,
no sé qué debilidades por la retórica
y crees que la mejor manera de sorprender al público
es lanzar al firmamento los fuegos de artificio
de tropos rutilantes
y subir el volumen de lo pregonado
hasta la grandilocuencia,
te voy a tener que someter
a una fuerte y severa disciplina.
Durante mucho tiempo, pluma,
tú y yo, tomados de la mano,
asistiremos a marchas,
concentraciones y mítines.
Saludarás de corazón a las adelitas
y recogerás, para alguno de tus poemas,
las estrellas que arrancan del suelo los machetes.
Yo te conduciré a las concentraciones para que aprendas
a desgañitar la tinta
que cargas en la garganta.
Te llevaré, para que no te enamores,
como Narciso,
de ti misma,
de lo que dices,
de tu lengua formada de gérmenes de palabras,
de tu forma tan personal
de robarle parlamentos al silencio.
Te llevaré, carajo, para que estés en contacto con la gente,
para que sepas del calvario,
el vía crucis,
la crucifixión
de todo humilde miembro
de la especie.

Enrique González Rojo

Una mala palabra

Texto de juventud que vuelve a tener actualidad.
Amanecí
con una mala palabra en la punta de la lengua.
Era un pequeño mitin de saliva
rabiosa. Una jauría
de gérmenes de muerden los talones
de sus propias mandíbulas.
La grabación de un rechinar de dientes.
Un pasarse la noche
más oscura del alma
con el furor en vela.
El más feroz estado de ánimo de mi puño.
En verdad un bellísimo vocablo:
la canonización de una blasfemia.
Me arrojé hacia el olvido, hacia la pluma.
Reuní rápidamente en el espacio
de esta hoja, montañas, ríos, prados,
la veleidosidad de los colores
que busca mi alfiler coleccionista,
la cabra montaraz que es en la roca
la flor del equilibrio; el abejorro
que le permite rechinar al cielo.
Pero sentí de pronto que debía
sacudir la cabeza
y desenmarañarme las neuronas,
mover cabeza y lengua
hasta que la palabra
resbaló a esos renglones
como si el "rompan filas" de la muerte
diera en el centro mismo del espejo.
al caer en el cosmos del poema,
en su fina estructura de reloj emotivo,
esta dura palabra
con la que desperté,
vuelve un entrenamiento guerrillero
lo que intentaba ser día de campo.

Enrique González Rojo

Interrogaciones

¿Qué somos? ¿Criaturas que, al sacar a pasear a sus pies
a lo largo y a lo ancho de la vida,
sienten las tarascadas oscuras del arcano
y viven la ceguera
de toda menudencia de luz
que suelte una rendija?

¿Peregrinar penoso que, a su término,
a la vuelta del último suspiro,
será recompensado con el goce
(en algún arrabal del otro mundo)
de un ungüento de eternidad con la virtud
de disolver bajo la piel
cualquier tumor de tiempo?

¿O individuos que, arropados de carne,
movidos por células inestables y sin freno,
nos hallamos en la sala de espera
de un castigo a perpetuidad
que tiene como base y fundamento
la descompostura de la compasión?

¿Viajeros que cargan en su fardo
la amnesia de una extraña carrera de relevos
en que el alma, estafeta
que va de cuerpo en cuerpo,
de bautizo en bautizo
a los brazos abiertos de su consumación?

Oh muerte, ¿habrá que tomarte en serio?
¿No ver en ti un punto y seguido,
un golpe de timón,
borrón y cuenta vieja,
sino la incubadora del dejar de ser,
el borrarnos del mapa,
el desalojo del el pronombre en que vivimos
–señor en la burbuja de su tiempo–
hasta dar en un hueco, que si es algo
es la perfecta forma de la ausencia?

Oh muerte, ¿sólo habrá un vocablo
–el vocablo destrucción–
que dé cuenta fiel
de la faena cotidiana que realizas
en el mundo:
la fina artesanía de la pulverización,
la permanente asfixia de los pulsos,
el zigzag de tu apero de matanza
que arroja al precipicio
carretadas de nombres,
huesos, carroña, polvo
y el inútil afán del epitafio
agarrándose de uñas y de dientes
a la pobre eternidad
de la escritura?

Enrique González Rojo

Minucias

Cada quien –tú, yo– no es sino uno más
de los entes que giran
en revuelo inconmensurable de minucias
en las entrañas de lo absoluto,
y sufren, marionetas del tiempo,
los calvarios de lo relativo.