Bien adentro de mí estás,
no eres parte, pero estás en mí.
Tú: equivalente general de valor,
eres tan simple y tonto
como la existencia de dios
sin el hombre.
Cerrar o abrir los ojos
en estos tiempos da igual.
Todos los días
en los que irremediablemente
he de mirarte, te odio.
He de rezar
para que ya no existas,
y también para que no me faltes.
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