La crueldad del invierno se desploma sin bondad,
Con ese doble lenguaje de centelleos y sombras.
Si me hallara en un cuarto de apacible chimenea
Y lo viera emerger detrás de anchos ventanales
Como algo inaccesible, inconcluso y flagelante,
No tendría la angustia que conmueve mi alma,
Cuando se captan y nos señala los desalientos,
El amasijo de sueños retorcidos como alambres.
En tanto, algunos barren los pedazos de la noche
Que queda en las ventanas como aves extrañas
Y nace por las calles sumergidas de las viviendas,
Un estrépito impetuoso que nadie escucha nunca,
Que al parecer a nadie hiere y, tal vez, nunca irrita.
Y aunque todos esperen la señal, sin respuesta,
No existen palabras que apaguen las aflicciones,
No se hallan maneras de resistir en este lodazal,
Mientras la esencial lluvia de los pobres ataca
Con sus aparentes puñales habituales y mágicos,
Sin ejecutar aprisa, sin devastar inexorablemente,
Sino de modo suave, deletéreo, aún contaminado,
Inalterable, dura e irremediablemente inabordable.
No hay comentarios:
Publicar un comentario