¿Sabes, madre, que cuando la latitud y la longitud
no descubren el lugar, tus hijos
te hacen señas desde el oscuro rincón del mundo?
Te detienes donde los caminos se entrelazan,
y colmado está tu corazón, más que otro cualquiera.
No rendimos mucho tiempo, creamos y tiramos obras
y miramos hacia atrás. Pero el humo sobre la estufa
no nos permite ver el fuego.
Pregunta, madre: ¿No regresa ninguno? Somos arrastrados hacia abajo por la plomada,
y no hacia el cielo, extraemos
cosas en las que habitan la aniquilación y la
fuerza de dispersión. Todo ello es una prueba
de nada reclamada por nadie. Si atizas
el fuego de nuevo, aparecemos irreconocibles,
caras ennegrecidas, ante tu cara blanca.
¡Llora ...! Pero no nos llames.
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