Hay algo en mí que se alegra
cada vez que veo gente irritada,
quiero decir que soy feliz
cuando siembro el descontento.
Se ablanda el enfado,
y quien fue cruel y descuidado
puede ahora amar y cuidar.
Me despreciaba casi siempre
que me tenía respeto a mí mismo,
si podía sufrir, encontraba abiertas
las puertas de la felicidad
y volvía a alegrarme
por regresar de nuevo a ese estado.
A mi madre la temía
porque lo suyo era sufrir, me inquietaba
la compasión que yo sentía.
Debo rehuir las amistades
para no avergonzarme de quien soy,
ya que nunca me decepciono a mí mismo
sino siempre a los demás.
Vivo al margen de la sociedad,
hablo alegre, amable
y suavemente, porque nadie
me tributa admiración.
Me encanta destacar
donde no ha lugar a distinguirme, y me aparto
cuando intuyo un resplandor,
como una esclava blanca
nacida para la oscuridad, y añado lo siguiente:
en ninguna parte existe independencia.
¿No son los libres quienes sirven con más voluntad?
Sin haber sido perezoso
no puedo decidirme a ser laborioso,
ni mejorar
sin haber mostrado antes un defecto,
ni tampoco estar alegre
sin haber estado disgustado, ni confiar
sin haber desconfiado. A la creencia la sigue,
si la dañan, el descrédito.
Por eso no creo y me reservo cosas más hermosas.
Mientras se reponen los enfermos, enferman
los sanos; por más años que tenga, me convenzo
y vuelvo a ser joven.
Si me asusto me despierto.
La seguridad en uno mismo me parece un marasmo
en el que duermen los trabajos
que demandan sacrificio;
Fuerte se mantiene quien no se considera como tal.
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